martes, 12 de agosto de 2008

Daniel el Viajero - Parte II

Santiago de Cuba

Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba,
iré a Santiago, en un coche de agua negra.
Cantarán los techos de palmera. Iré a Santiago.
Cuando la palma quiere ser cigüeña, iré a Santiago

Despertamos con la luz del sol ingresando por la ventana, tras las serranías que rodean Santiago.
Asela nos esperaba con un sabroso desayuno, ideal para comenzar el día con todas las energías repuestas.
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El plan era recorrer el casco urbano de la ciudad.
Comenzamos acercándonos al Cuartel Moncada. El 26 de julio de 1953, cien guerrilleros comandados por Fidel Castro tomaron el cuartel, con la idea de que sirva como chispa para iniciar un levantamiento generalizado en toda Cuba.
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El plan fracasó estrepitosamente desde lo militar, pero al fin de cuentas fue el puntapié inicial de la Revolución Cubana, ya que le otorgó a Fidel y los suyos visibilidad. Fidel y Raúl Castro, como otros participantes de la toma del Cuartel Moncada fueron encarcelados, y en la prisión Fidel escribió su mítico libro “La historia me absolverá”. Nada sería igual en Cuba desde entonces.
El Moncada es hoy un museo que recuerda aquellos episodios. Incluso aún están los agujeros de las balas en la fachada amarilla del cuartel. También, dentro de una vitrina, se exhibe una réplica del Buque Granma, con el que los revolucionarios desembarcaron años después, para iniciar el proceso revolucionario en la Sierra Maestra.
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Al salir del Cuartel, caminamos hacia el oeste por la calle General Portuondo hasta la pequeña iglesia de Santo Tomás. Allí giramos hacia el sur por Félix Peña, hasta desembocar en el deslumbrante Parque Céspedes, el centro neurálgico de la ciudad.
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Impresiona la imponente catedral de cinco naves, situada al lado sur del parque, aunque con la excepción de los horarios de misa, permanece siempre cerrada.
En el lado norte se halla el Ayuntamiento de Santiago de Cuba, de estilo neoclásico. No es un edificio que destaque especialmente, si no fuera porque desde el pequeño balcón que da al Parque Céspedes, un 2 de enero de 1959, Fidel Castro proclamó el triunfo de la revolución ante una multitud allí congregada. Como si esto fuera poco, el Ayuntamiento ocupa el mismo sitio que las dependencias de Hernán Cortés, durante su estadía en Cuba antes de partir a la conquista de México.
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El lugar es mágico, está lleno de historia y hasta parecen fundirse los acontecimientos, los siglos en un momento sublime, mientras el sol y las sombras juegan caprichosamente con el campanario de la catedral, testigo inmutable del tiempo.
El lado oeste del Parque Céspedes está ocupado por la casa de Diego Velásquez, el fundador de Santiago de Cuba. La casa fue construida en 1522 y es la más antigua que permanece en pie en el país. Tiene una fachada andaluza y albergue el Museo de Ambiente Histórico, un sitio muy interesante si el viajero está interesado en ahondar cómo vivían las clases pudientes santiagueras durante los siglos XVI, XVII y XVIII. En todo caso, el edificio en sí mismo vale una visita.
Abandonamos el Parque Céspedes hacia el oeste. A dos calles de allí se halla el Balcón de Velásquez, que en realidad son los restos de una fortificación española desde donde se puede disfrutar de hermosas vistas del puerto de Santiago de Cuba.
Seguimos hacia el oeste, hasta la calle Padre Pico. Allí giramos al sur. Pocas calles más adelante la calle Padre Pico termina abruptamente en una enorme escalera. Arriba se halla el Barrio Tivolí.
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Se trata de un modesto barrio que tiene dos atractivos: uno de ellos es el Museo de la Lucha Clandestina, dedicado a la lucha contra el dictador Fulgencio Batista, previa a la revolución. El otro es ver la humilde casa en la que Fidel Castro vivió entre 1931 y 1933, mientras estudiaba en Santiago.
Más tarde regresamos al centro, y decidimos ir a almorzar. Fuimos al restaurante Santiago 1900, que funciona en la antigua residencia de la familia Bacardí, un edificio precioso.
El menú fue el de la mayoría de los restaurantes estatales cubanos: pollo con arroz y ensalada, pero la verdad, estaba muy sabroso.
Repuestos de la paliza matinal nos dirigimos al Museo del Carnaval, muy cerca de allí, ya que sabíamos que a las 16 horas se ofrecía un espectáculo de música afrocubana.
La idea era visitar primero el museo y luego quedarnos al espectáculo.
Lamentablemente no pudo ser posible: mientras recorríamos el museo, muy interesante por cierto, los músicos que luego iban a realizar el show se nos abalanzaron a la búsqueda de bolis, sostenes, camisetas, jabones y cualquier artículo que se les ocurriera.
Ya prevenidos ante esto entregamos un par de bolis y jabones, y como el acoso se volvía realmente insoportable optamos por retirarnos subrepticiamente.
Este fue el único sitio de Cuba en el que el famoso “acoso cubano” nos frustró los planes. Con esta sola excepción, me parece exagerado el concepto que muchos viajeros tienen sobre Cuba y el acoso al turista.
Desde allí fuimos a la Plaza Dolores, y luego a la casa de Asela, ya que a esa altura de la tarde éramos un monumento al sudor.
Luego de una reparadora ducha volvimos a la carga, en este caso para disfrutar de uno de esos momentos que luego los viajeros recordamos en la oficina y nos arrancan una nostálgica sonrisa: contemplar el atardecer desde la terraza del Hotel Casagranda, en el lado este del Parque Céspedes, con un mojito, el puerto de Santiago al frente coronado por un cielo rojo, la catedral a la izquierda mutando de color a medida que la tarde se vuelve noche, las luces de Santiago encendiéndose una a una y la voluptuosa música surgiendo de todos los rincones, que hasta parece hacer bailar a los faroles del Parque Céspedes.
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Nos quedamos largo rato allí, disfrutando de las vistas y de la fresca brisa. Luego fuimos caminando lentamente hasta el Café Palmarés, a cenar: esta vez pescado con arroz. Y sí, otra vez arroz, es lo que hay.
Volvimos viendo pasar la vida, la gente, los niños. Nos quedamos hasta bien entrada la noche en la Plaza de Marte, junto a gran cantidad de santiagueros, bebiendo un refresco o una cerveza, con la música proveniente del Patio Los Dos Abuelos de fondo. Helado no, seguía sin haber.
Fue nuestra despedida de Santiago. Al otro día, bien temprano nos esperaba la ciudad primada de Cuba: Baracoa.

Continuara ......



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