A pesar de que no es de los casos más desesperados, tuve esa sensación en Egipto, que no es el país más pobre de África o el mundo pero que probablemente sí sea uno de los destinos turísticos famosos (como la India o Cuba) en los que se percibe esa pobreza con mayúsculas de la que les hablo.
En Egipto la pobreza (y supongo que también una cuestión cultural) hace que una parte del viaje resulte incómoda y casi desagradable: la gente se pasa el día pidiéndote dinero, en ocasiones con la excusa de venderte algo, a veces porque les has sacado en una foto (o creen ellos que les has sacado), por supuesto si te hacen un favor, por pequeño que sea, o incluso sin otra razón que conseguir unas monedas.
No crean que cuando les digo que el tema puede resultar desagradable es porque soy el típico occidental al que molesta ver y oler a los pobres (no soy tan tonto :-), pero es que en muchas ocasiones la situación puede llegar a convertirse en difícil: cuando la gente te rodea poco menos que exigiendo dinero en un idioma que no conoces, en un lugar que no es el tuyo y en el que no te sientes igual de protegido... qué quieren que les diga. Además, su insistencia es tal que uno termina por verse obligado a ser descortés: al menos en mi experiencia no bastaba con un "no" educado, no te dejaban en paz hasta que no te ponías francamente desagradable.
Otra cosa que no lo hace precisamente placentero es que en muchísimas ocasiones se trata de niños, lo que te pone en una situación más desairada por así decirlo. Tengo por norma (otro día puedo explicarles mejor las razones, si quieren) no dar nunca limosna a un niño o a alguien que la pida con un niño a cuestas, pero en Egipto, ante el agobio, resultaba muy difícil no hacerlo. Y también es más complicado ponerte tan borde como resulta necesario si tu "contrincante" es un niño.
Pero para casi todo hay una excepción en esta vida y también la hubo para esto en mi viaje a Egipto. Y esa excepción fue el protagonista de este artículo, cuyo nombre real no conocí pero al que se me ocurrió llamar "el Ronaldo del Nilo".
Les pongo en situación: una de las atracciones clásicas de un viaje a Egipto es el paseo en faluya, la típica embarcación del Nilo, por las aguas del mítico río. Suele hacerse en Asuán, aprovechando para rodear la Isla Elefantina, acercarse al Hotel Old Cataract y que nos recuerden que en él se alojaron Wiston Churchill y Agatha Christie y que esta última ambientó en él "Muerte en el Nilo".
Anécdotas aparte, el paseo es una delicia: la belleza de las propias faluyas, el tranquilo deslizarse con el leve empujón del viento, tener el agua tan cerca como para poder tocarla...
Precisamente esa cercanía era lo que servía al "Ronaldo del Nilo" para, en su curiosa embarcación (eso sí que era un cascarón de nuez), acercarse a las faluyas con la esperanza de que se le arrojasen unas monedas. Pero ojo, nuestro pequeño protagonista (calculo de que debería tener unos ocho años) no pedía limosna, aquello era un intercambio artístico - comercial en toda regla: él nos ofrecía un espectáculo y nosotros pagábamos por disfrutarlo.
El pequeño Ronaldo era, además, todo un profesional que ajustaba su show a los gustos de su clientela en cada momento y así, frente a un grupo de españoles como nosotros cantó, mientras manejaba su barquita con una pericia que más parecía bailar que navegar, todos los hits verbeneros del momento: la macarena, el que viva españa, el porompompero... bueno, quizá no eran los del momento pero bastante mérito me parece (y nos pareció a todos en el barco) que supiese chapurrear esas canciones y engarzarlas en un "medley" surrealista que aún lo era más dado el marco incomparable en el que transcurría.
No pude resistirme, tuve que romper mi norma y darle un par de euros, al fin y al cabo, no los había pedido, se los había ganado.
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