Y si uno va a Estambul, uno de los ritos que no debe dejar de celebrar (aunque hay otros, es ciudad de muchos ritos) es pasar por un baño turco y someterse al relajante tratamiento de mounsieur el masajista, que suele ser un señor no muy agraciado y de otomano mostacho que nos da una auténtica paliza, eso sí, muy relajante.
En mi viaje a la ciudad turca cumplí con la "obligación" del baño turco, como no, y para hacerlo elegí uno que parecía bastante serio porque, aunque quizá sea una tontería, ir a un sitio público a despelotarse y que le hagan a uno un masaje puede generar una cierta dosis de desconfianza. Así que pensando en esto y también en que según la guía de viajes era de los más bonitos de la ciudad nos fuimos al Cagaloglu, muy conocido en Estambul y que, además, se construyó en 1741, lo que hacía la visita aun más interesante.
Fue todo un acierto, ya que se trata de unos baños realmente hermosos y con un ambiente muy especial: no es lo mismo relajarse bajo una cúpula antigua y rodeado de mármoles que hacerlo en una moderna y aséptica sauna. Además, y contra lo que cabría esperar, había muy poca gente, así que durante algunos ratos toda la sala era para nosotros dos (me acompaña un amigo), lo que resultaba la mar de agradable.
La cosa empezaba en unas pequeñas habitaciones con puerta de madera en las que te desnudabas y guardabas la ropa, luego cerrabas con llave y te la llevabas junto con un enorme llavero metálico, pensado para no perderla durante el baño. Creo que también cogías en ese momento una especie de palangana metálica para ir echándote el agua por encima y, por supuesto, una minúscula toalla con la que, una vez dentro del baño, te tapabas las vergüenzas, como dirían los antiguos.
Nos recomendaron que comenzásemos por una pequeña sala muy caliente, bastante similar a sauna a la que estamos acostumbrados pero sin ser de madera. Allí el calor era poco menos que insoportable, así que no aguantamos demasiado y pasamos a la zona central, donde resultaba algo más moderado. Al poco de estar allí llegaron los maromos bigotudos de los que hablaba antes y empezó el masaje propiamente dicho, realizado con abundancia de agua y que acababa con un enjabonamiento que le hacía a uno sentirse como un coche en pleno túnel de lavado.
No soy experto en el tema, así que quizá sea necesario que un buen masaje sea un poco brusco como el que nos propinaron, el caso es que cumplió su misión relajante y tonificante. Después, uno podía quedarse todo el tiempo que quisiera dentro de la sala, respirando los vapores y la tranquilidad del lugar. Lo hicimos durante un rato para luego salir de nuevo y seguir relajándonos con un te caliente.
Pero lo mejor de todo, al menos para mi, fue el afeitado posterior, con un barbero de los de toda la vida que trabajaba en el mismo establecimiento y que nos hizo un apurado perfecto como solo puede hacerse a navaja. Eso sí, declinamos educadamente la oferta cuando nos preguntó si queríamos que nos recortase los pelillos de la nariz con las mismas tijeras que llevaba un buen rato haciéndoselo a todo el mundo .
Cuando salimos de nuevo a las calles de Estambul habíamos pasado un par de horas dentro del edificio de los baños, ya era hora de cenar y en nuestros cuerpos y nuestras mentes teníamos la sensación y el sabor de haber viajado no sólo a otro país, sino también y sobre todo a otra época.
Por supuesto, no dejen de cumplir con el rito si tienen la oportunidad.
PD.: Las fotos son de la propia página de los baños Cagaloglu
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