jueves, 22 de enero de 2009

Hoteles baratos... ¿hasta donde puedes bajar tus exigencias?

Encuentro un par de artículos sobre hoteles baratos y pienso que, como bien dice Jorge Gobbi en su Blog de Viajes, en un momento de crisis global como en el que nos encontrarmos lo más probable es que si queremos seguir viajando tengamos que acostumbrarnos a encontrar formas más económicas de hacerlo y que, por tanto, haya que ir pensando de qué cosas podemos prescindir al elegir un hotel en particular o un alojamiento en general.

Es más, casi habría que ir pensando mejor de qué no podemos prescindir y en este sentido el Zero Star Hotel es una apuesta por esos mínimos y por un coste que se pueda ajustar al máximo, aunque viendo su web parece más un concepto artístico pijoide que realmente de lo que estamos hablando.

Por otra parte, en muchas ocasiones los precios están relacionados con ciertos costes, algunos de los cuales están en esa lista de imprescindibles que firmaríamos casi todos y en la que, probablemente, la higiene ocupa un lugar destacado: todos podemos prescindir tranquilamente del desayuno bufé, pero la mayoría de nosotros tendríamos problemas con esos hoteles británicos que no están tan limpios como esperamos (por cierto, hace muy pocos días una pareja de amigos que habían estado en Londres nos hablaban, precisamente, de la mugre en su hotel).

Personalmente, suelo tener suficiente con un mínimo razonable de limpieza y con que la cama no sea un camastro infame (no tengo demasiado buen dormir), pero cada uno de nosotros tenemos, seguro, algún pequeño o gran capricho que no siempre es tan fácil satisfacer, aunque no seamos estrellas del rock de esas que piden rosas y Veuve Clicquot.

Yo, por ejemplo, suelo intentar conseguir una segunda almohada sin la cual me cuesta mucho conciliar el sueño; y, por poner un ejemplo más escatológico, cuando estuve en Estambul asistí bastante perplejo a como un turista español abrasaba a gritos a la recepcionista porque no tenía... escobilla en el water. Hablando de wáteres, ni se les ocurra pedirme que comparta el cuarto de baño con desconocidos.

Los españoles tenemos, además, un problema añadido en este sentido: los hoteles en nuestro país suelen ser, comparativamente, de alta calidad. Y no me refiero sólo a la comparación con los países más pobres sino, prácticamente, con cualquier país que haya visitado. El hotel sin escobillas de Estambul era un cuatro estrellas que en España tendría díficil pasar de dos; en París también estuve en uno que no resistía la comparación con los de aquí de la misma categoría y en Milán me alojé hace unos años nada más y nada menos que en un Marriott de cinco estrellas... bastante peor que muchos NH de cuatro.

Otras alternativas

En muchas ocasiones lo que podemos hacer es buscar una alternativa que, de una forma u otra, nos ayude a ajustar el coste de nuestro viaje. Creo que ya he hablado en alguna ocasión de mi predilección por las casas rurales que ofrecen un grado de confort razonable y que, además, permiten que ahorremos dinero haciendo alguna de las comidas habituales en la propia casa. Y lo mismo se puede decir de los aparthoteles.

No sólo eso, en los últimos años en muchas ciudades se alquilan apartamentos para turistas y, por tanto, en periodos adaptables a un viaje normal (una semana, quince días) y que, sobre todo para un grupo de personas, suponen precios muy atractivos y, además, esas posibilidades de ahorro de las que hablábamos.

Y por supuesto, están las pensiones de toda la vida, los Bed and Breakfast o los campings para aquellos a los que Dios haya llamado por el camino de la tienda de campaña, lo que, como habrán podido imaginar, no es mi caso.

El caso es seguir viajando, ¿no?



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