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Hace un par de semana, casi a punto de finalizar el otoño visitamos el Real Sitio de Aranjuez, localidad madrileña situada a 40 minutos de la capital en tren de cercanías que sale de la estación de Atocha. A la llegada a la estación de Aranjuez, parece que allí no hay más que antiguas fábricas abandonadas, con un aspecto un poco tétrico, y una parada de autobús con un vehículo esperando para llevarte al centro de la población. El recorrido desde la estación hasta el palacio es de unos 15 minutos aproximadamente, pero por un camino de arena al lado de una carretera en absoluto adaptado a personas con discapacidades, pero agradable por estar cubierto de árboles en todo su recorrido.
El llegar al palacio comienza a cambiar la primera impresión que tuvimos en la estación. Aquí los espacios son amplios y los edificios están relucientes. Además hay un puesto de información turística a la derecha de la fachada del palacio, donde nos atendió una chica encantadora de esas que parece no importarle trabajar en domingo, a la que agradecimos no sólo la información sino su sonrisa.
Nuestra intención principal no fue la de visitar el palacio, pero si la de pasar un día fuera de Madrid, y la verdad que acertamos. No era día de esfuerzos ni físicos ni mentales, y omitimos la visita al palacio principalmente por la cola, y fuimos directamente a los Jardines del Parterre. Bajo la galería que une la residencia real con la Casa de Oficios se abre una pequeña puerta que da acceso al Parterre. Ante la fachada meridional de Palacio, la única que se remonta al siglo XVI, está el Jardín del Rey, que es un ejemplo modelo del "Jardín cerrado,, adornado con estatuas, síntesis de la herencia mudéjar y de las influencias renacentistas italianas, tan usual en los Palacios Reales españoles de los Austrias.
A continuación y siguiendo una el río llegamos a los Jardines de la Isla. La fachada norte del Palacio está separada del Jardín de la Isla por una ría enlosada, que se ensancha en abanico formando la Cascada llamada de las Castañuelas, obra de Bonavía. La ría se puede atravesar por dos puentes - uno, con escalones, data de 1733 - el otro surgió en principio como simple boca de las compuertas que dan entrada al agua del Tajo, pero luego se habilitó encima una rampa para que entrase en el Jardín la carriola de la Reina, tal y como aparece en los cuadros de Battaglioli que muestran las fiestas de Farinelli. Para acceder a la isla es más evocador bajar por el puente escalonado, que se une al bello conjunto barroco de la fuente de Hércules, con sus estanques y pasarelas del siglo XVII.
Tras estas dos visitas decidimos hacer un descanso para comer, y llegamos a dar un bar de raciones, muy elaboradas además de deliciosas, y buen precio que se llamaba EL BARIN, para continuar por la tarde, y aprovechando la caminata bajar la comida del todo, un paseo de dos horas, hasta que oscureció por los Jardines del Principe. Creado por Carlos IV, quien lo inició siendo todavía Príncipe de Asturias y lo concluyó siendo Rey, entre 1789 y 1808. Contrapuesto al de la Isla, es un Jardín paisajista que sigue la moda inglesa y francesa de fines del XVIII, pero conviene no olvidar que en él se integran elementos anteriores, como la huerta de la Primavera y el embarcadero de Fernando VI, y lo hecho por Carlos IV no es uno sino varios jardines.
Las sensaciones de esta visita son más que satisfactorias, El Jardín del Príncipe es espectacular, con variedad de especies vegetales, y también animal, principalmente aves, entre ellos pavos reales, que dan una aire de suntuosidad al paseo, también hay ardillas.
Es cierto que nuestra visita fue un poco tarde ya que a principio de otoño con la variedad de color en los árboles, y las hojas comenzando a caer, al igual que en la primavera con la vegetación floreciendo debe ser fascinante.
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