Hace un par de días he terminado de leer En el camino, la novela más conocida de Jack Kerouac y una de las más famosas de la “generación beat”. Además, y aunque no he leído demasiado a ese grupo (ésta y algo de Burroughs, tengo pendiente a Ginsberg), probablemente una de las mejores, al menos resulta más equilibrada que el visceral (en el sentido literal del término) Burroughs y bastante más legible.
Supongo que se estarán ustedes preguntado porque les hablo de un libro, un tema más propio del nuevo (y excelente) blog de mi amigo Francisco Jódar, pero si en este rincón de la blogocosa hablamos de viajes es lógico que también hablemos de la literatura de viajes e incluso, llegado el caso, de los viajes en la literatura.
Porque, si quieren que les sea sincero, no sé si En el camino es un libro de viajes, una novela de viajes, una novela sin más o ninguna de esas cosas. Es cierto que en buena parte de su páginas transcurren en varios viajes, pero no lo es menos que no responde a los estándares a los que estamos acostumbrados en los libros escritos por viajeros.
Claro que ni Kerouac ni sus acompañantes son viajeros al uso.
El libro refleja, de un modo un tanto peculiar y con un estilo muy personal que es sin duda uno de sus aciertos, los viajes del escritor a través de Estados Unidos, la mayoría en compañía de Dean Morarty, seudónimo de Neal Cassady, un personaje que fue amigo de prácticamente todos lo miembros de la generación beat y cuyo comportamiento compulsivo y alocado nos va llevando de San Francisco a Nueva York, de Nueva York a Nueva Orleans, a Denver o a México.
Lugares de los que no sabemos mucho más después de que Kerouac y sus compañeros los hayan visitado, pero de los que sin duda habremos saboreado (creo que es la palabra más adecuada) su atmósfera y su ambiente, no conocemos sus monumentos y menos aún sus museos o cosa parecida, pero sí el latido sordo que recorre las noches de las ciudades y configura buena parte de su carácter.
De todas formas, el protagonista del libro no es esta o aquella ciudad sino el hecho de viajar, de desplazarse sin otra razón que hacerlo, de estar en la carretera o en el camino no para llegar aquí o allá sino por el puro placer del viaje y de la compañía de los amigos. En ese sentido, es probablemente el libro más viajero que se pueda leer: en él (y con él) se viaja sin casi distraerse con los lugares por los que se pasa.
Personalmente, lo que mas me ha gustado son sus descripciones y como éstas se insertan en la narración casi frenética del viaje, con metáforas muy originales e imágenes de una llamativa viveza, como cuando dice (tomo uno de los primeros ejemplos que se me ocurren): “La línea blanca del centro de la autopista se desenrollaba siempre abrazada a nuestro neumático delantero izquierdo como si estuviera pegada a sus estrías”.
En definitiva, una lectura muy estimulante, agradable y que seguro que les dará muchas ganas de viajar, aunque no nos quede otro remedio que sustituir las polvorientas planicies de los Estados Unidos por las no menos polvorientas y no menos planas (pero sí mucho más domésticas) carreteras rectas de La Mancha.
No sabemos si es literatura de viajes, pero ¿a quién le importa?
PD.: La primera foto es la portada de una primera edición de En el camino y la he tomado de la web de la librería Bromer; la segunda es el inicio del manuscrito de Kerouac y es cortesía de la web de la National Public Radio.
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