Es bastante raro que el hombre y la naturaleza trabajen juntos para crear un paisaje, más extraño todavía es que la parte humana del trabajo no sea el hoy por hoy habitual esfuerzo de restauración y desintoxicación, sino un ataque absolutamente salvaje, brutal, que acabe completamente con lo anterior para dar lugar a algo nuevo, y que este paisaje renacido no sea un erial sino algo lo suficientemente bello como para ser Patrimonio de la Humanidad.
Para colmo de extrañezas, imaginen que la depredación humana se hubiese producido hace unos 2.000 años y que, desde entonces y pese a que el paisaje ha sido devuelto a la naturaleza y se mantiene prácticamente virgen, los restos de ese ataque de los hombres siguen siendo visibles.
Todas estas circunstancias se dan en Las Médulas leonesas, antiguas minas de oro romanas en las que se usó un extraordinario y feroz método de extracción que prácticamente desintegró toda una montaña. Desde entonces, hace ya tantos siglos, la naturaleza ha ido retomando el control de lo que era suyo y ahora el atónito viajero se encuentra con un paisaje en el que los restos arenosos de la antigua montaña se encuentran literalmente sumergidos en un mar de impresionantes castaños, muchos de ellos centenarios, cuyas ramas se sujetan de inverosímiles troncos, huecos y retorcidos como la misma muerte y entre los que uno se siente como en una bosque mágico, onírico desde luego, quizá de pesadilla.
En el efecto extraordinario del conjunto tiene no poca importancia otro factor bastante fuera de lo común: el rojo violento de la tierra de El Bierzo; allá por donde uno vaya en esta comarca pisa y ve campos y caminos de un llamativo y fiero color rojo como en pocos sitios lo he visto y que, en mi daltónica memoria, me recuerda a una de las pinturas de mi tío que más me llamaba la atención cuando le veía pintar entre olores a óleo y aguarrás: el “Tierra de Siena”; creo que era algo menos rojizo y algo más oscuro pero me acuerdo de él ahora y me hace pensar que bien podría haber un rojo “Tierra del Bierzo”.
Las Médulas están situadas al sur de El Bierzo, cerca ya del límite con la provincia de Orense y a unos 40 minutos de Ponferrada. Para llegar a ellas hay que ir a un pequeño pueblo con su mismo nombre al que se llega desviándose de la N 120 en dirección a Carucedo (no se preocupen, está señalizado). Desde el pueblo salen las imprescindibles rutas, a pie o en bicicleta, que permiten adentrarse en el paraje, no son paseos complicados y les recomiendo que los hagan andando: es la mejor forma de disfrutar del paisaje, del bosque y de los castaños.
Una vez hayan andado durante unas horitas entre las antiguas minas, se hayan maravillado con el tamaño de las cuevas creadas por el agua y los ingenieros romanos y se sientan transportados a otro mundo es el momento de retomar el camino a la inversa y, antes de llegar de nuevo a Carucedo, girar a la derecha y desviarse hacia Orellán, donde está el altísimo mirador que nos ofrece la fantástica perspectiva de conjunto sobre todo el paraje que se recoge en la imagen.
Es probable que no tengan la suerte que tuve yo de visitar Las Médulas en pleno otoño y disfrutar del contraste entre el rojo de la tierra y el amarillo de las hojas de los castaños, a pesar de ello les recomiendo que no dejen de visitarlas en cuanto tengan la más mínima oportunidad, puede que haya paisajes más hermosos, más grandes, más naturales, pero estoy seguro de que hay muy pocos sitios en España con la belleza mágica de Las Médulas.
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Para colmo de extrañezas, imaginen que la depredación humana se hubiese producido hace unos 2.000 años y que, desde entonces y pese a que el paisaje ha sido devuelto a la naturaleza y se mantiene prácticamente virgen, los restos de ese ataque de los hombres siguen siendo visibles.
Todas estas circunstancias se dan en Las Médulas leonesas, antiguas minas de oro romanas en las que se usó un extraordinario y feroz método de extracción que prácticamente desintegró toda una montaña. Desde entonces, hace ya tantos siglos, la naturaleza ha ido retomando el control de lo que era suyo y ahora el atónito viajero se encuentra con un paisaje en el que los restos arenosos de la antigua montaña se encuentran literalmente sumergidos en un mar de impresionantes castaños, muchos de ellos centenarios, cuyas ramas se sujetan de inverosímiles troncos, huecos y retorcidos como la misma muerte y entre los que uno se siente como en una bosque mágico, onírico desde luego, quizá de pesadilla.
En el efecto extraordinario del conjunto tiene no poca importancia otro factor bastante fuera de lo común: el rojo violento de la tierra de El Bierzo; allá por donde uno vaya en esta comarca pisa y ve campos y caminos de un llamativo y fiero color rojo como en pocos sitios lo he visto y que, en mi daltónica memoria, me recuerda a una de las pinturas de mi tío que más me llamaba la atención cuando le veía pintar entre olores a óleo y aguarrás: el “Tierra de Siena”; creo que era algo menos rojizo y algo más oscuro pero me acuerdo de él ahora y me hace pensar que bien podría haber un rojo “Tierra del Bierzo”.
Las Médulas están situadas al sur de El Bierzo, cerca ya del límite con la provincia de Orense y a unos 40 minutos de Ponferrada. Para llegar a ellas hay que ir a un pequeño pueblo con su mismo nombre al que se llega desviándose de la N 120 en dirección a Carucedo (no se preocupen, está señalizado). Desde el pueblo salen las imprescindibles rutas, a pie o en bicicleta, que permiten adentrarse en el paraje, no son paseos complicados y les recomiendo que los hagan andando: es la mejor forma de disfrutar del paisaje, del bosque y de los castaños.
Una vez hayan andado durante unas horitas entre las antiguas minas, se hayan maravillado con el tamaño de las cuevas creadas por el agua y los ingenieros romanos y se sientan transportados a otro mundo es el momento de retomar el camino a la inversa y, antes de llegar de nuevo a Carucedo, girar a la derecha y desviarse hacia Orellán, donde está el altísimo mirador que nos ofrece la fantástica perspectiva de conjunto sobre todo el paraje que se recoge en la imagen.
Es probable que no tengan la suerte que tuve yo de visitar Las Médulas en pleno otoño y disfrutar del contraste entre el rojo de la tierra y el amarillo de las hojas de los castaños, a pesar de ello les recomiendo que no dejen de visitarlas en cuanto tengan la más mínima oportunidad, puede que haya paisajes más hermosos, más grandes, más naturales, pero estoy seguro de que hay muy pocos sitios en España con la belleza mágica de Las Médulas.