Casi sin darme cuenta se me ha pasado el aniversario de mi visita a Israel en junio del 2007, sin duda uno de los viajes más interesantes que he hecho en mi vida. Un año después los recuerdos van perdiendo nitidez y se amontonan en un orden algo más confuso pero que tiene su propio sentido: aquellas cosas que más nos impresionaron o nos gustaron quedan más cerca de la superficie y más frescas, mientras lo que menos nos gustó o nos llamó la atención va deslizándose hacia el fondo.
Así, una "cata geológica" en nuestra memoria nos proporciona una clara medida de los sitios, las ciudades o los monumentos que más impacto han tenido en nosotros, aunque quizá en el momento de verlos no nos pareció que fuese así. En la superficie de mi memoria de Israel hay todavía muchas cosas (diría que, al menos, toda Jerusalén, al cabo fue sólo hace un año) pero si hay un lugar que recuerdo intensamente es el Muro de las Lamentaciones.
Pese a que no soy creyente los lugares o los momentos profundamente relacionados con alguna fe religiosa suelen transmitirme una fuerza especial, supongo que la que desprende la fe de las personas que allí están y sí creen, sea en lo que sea. Esto me sucedió en Roma, tanto en San Pedro como en las Catacumbas y, por supuesto, en el Jerusalén de los Santos Lugares y del Muro de las Lamentaciones.
Como ven, además suele tratarse de sitios que, más allá de su significación religiosa, tienen una historia que tampoco es pequeña, algo que sin duda contribuye al encantamiento. Más aún en el caso del Muro, que podríamos decir que es el centro simbólico de un estado, una nación y un pueblo que se extiende por toda la tierra, ojos de todo el mundo lo miran sintiéndolo como algo suyo, central en su ser.
Toda esa fuerza está allí, esperándonos, si en nuestra visita sabemos buscarla o, casi diría, aceptarla.
A los pies del Muro
El Muro está dividido en dos zonas, una para hombres y otra, algo más reducida, para mujeres. Cualquiera puede visitarlo, sea judío, cristiano, musulmán, hindú o ateo, lo único que se te pide es que cubras tu cabeza con una kipá. Excepto si llegas allí en Sabbat está permitido hacer fotos y la gente no planteará ningún problema (siempre que se guarden las mínimas distancias y respetos, claro) por aparecer en tus imágenes.
Hay dos "rituales del visitante" que debe usted conocer (cumplirlos o no queda, por supuesto, a su elección): uno, el más conocido, consiste en escribir un deseo en un pequeño pedazo de papel, doblarlo lo más posible y dejarlo en una de las grietas entre las enormes rocas que forman la pared, repletas ya de los cientos de deseos que los visitantes dejan día tras día, semana tras semana, mes tras mes y año tras año. Me surgió la duda, allí junto a la gran pared de piedra, de si alguien tendrá como tarea encomendada retirar de las repletas grietas los papelitos cada cierto tiempo.
El segundo ritual nos lo recomendó nuestro guía y era colocar las palmas de nuestras manos en la piedra y, según las palabras del propio Offer, "sentir su energía". Lo hice a pesar de que no creo mucho en las "energías" y he de confesar que sí sentí algo al tocar uno de los grandes sillares, que todavía estaba caliente tras el sol de todo un día. Por supuesto, no sé decirles qué era lo que sentía, pero les invito a que lo prueben ustedes mismos si algún día tienen la oportunidad.
Las personas
El Muro es simplemente eso, un Muro; muy antiguo, sí; con un profundo significado, desde luego; pero de no ser por los fieles que rezan a sus pies sería poco más que una colección de piedras y podría llegar a ser decepcionante desde el egoísta punto de vista del viajero aficionado a la fotografía. Pero los fieles hacen de él un sitio mágico.
Lo primero que me llamó la atención del lugar fue la variedad de indumentarias, aunque la mayor parte de nosotros no lo sabemos hay montones de pequeñas sectas judías con un código de vestimenta muy estricto y que es notablemente diferente de unas a otras. En una tarde de viernes, es decir, esperando la llegada del Sabbat, todas parecían haberse dado cita junto al Muro.
Esa variedad se extiende también a la forma en la que se reza: los hay que lo hacen en grupo ya que, según algunos, cuanta más gente reza al mismo tiempo más "fuerza" tiene su oración; los hay que entonan sonoros cánticos en un incomprensible hebreo mientras que otros musitan rápidas frases en un tono apenas audible; algunos necesitan que su contacto espiritual con el Muro se traduzca en un contacto también físico, y rezan literalmente pegados a los sillares, a otros les basta con sentarse o arrodillarse a unos centímetros y, por último, también hay quienes parecen sentir que ya es suficiente con estar de allí y que la cosa no irá de unos palmos.
Y a disposición de todos sillas, mesas, reclinatorios, infinitos ejemplares de la Torá y todo un gran Muro en el que rezar.
La llegada el Sabbat
Una de las secciones del muro discurre bajo tierra, en una peculiar galería que algunos eligen como el mejor lugar para sus oraciones y que, además, está llena de estanterías de vieja madera repletas de libros. Fue una de las partes que más me llamó la atención del lugar, no sabría explicarles muy bien la razón, quizá porque al estar a cubierto le daba a sitio tan esencialmente público una apariencia algo más íntima, algo más privada y, desde luego, algo más fresca.
Justo salía de allí cuando las sirenas empezaron a sonar por toda Jerusalén y, por supuesto, en la explanada junto al muro. No había motivo para la preocupación, a pesar de que esas o parecidas sirenas han sonado tantas veces en esa ciudad para anunciar problemas, en este caso sólo nos indicaban que, por fin, había llegado el Sabbat. A partir de ese momento guardé mi cámara de fotos y seguí contemplando como los fieles judíos rezaban aún con mayor fervor y cómo la satisfacción de recibir junto al muro el día sagrado se reflejaba en su rostro.
Poco después nos alejamos del Muro junto con la gran marea de gente que marchaba a sus hogares a preparar su cena del Sabbat. Nosotros también íbamos a tener nuestra propia cena sabática y, aunque la vivíamos de una forma más lejana, después de haber estado en un sitio tan especial también tuvo un sabor diferente, y las oraciones que se rezaron para nosotros y que, por supuesto, no entendimos, nos reconfortaron de alguna manera.
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