jueves, 11 de agosto de 2005

Una excursión a L'Oceanogràfic de Valencia

Estuvimos ayer por Valencia disfrutando del calor pegajoso y repugnante de la capital del Turia y aprovechamos para hacer una visita a la última atracción abierta de faraónica Ciudad de las Artes y las Ciencias: L’Oceanogràfic.


El folleto que nos reparten a la entrada nos cuenta que L’Ocenaogràfic es un “parque marino”, el más grande de Europa, por cierto. Esta definición ligeramente confusa no deja de ser bastante adecuada para una atracción que está compuesta por varios grupos de gigantescos acuarios que ofrecen al visitante una idea aproximada del diferente hábitat marino de varios lugares del mundo: los océanos ártico, antártico y el atlántico, el mediterráneo, el caribe… El conjunto se completa con un espectacular delfinario y un no menos llamativo aviario en el que se reproducen los ecosistemas de dos tipos diferentes de humedales: el manglar y el marjal.

En pleno mes de agosto y en la costa levantina no hay que ser un hacha para imaginarse que L’Oceanogràfic va estar de bote en bote, como se dice popularmente: todos los acuarios estaban repletos de gente, así como los bares y restaurantes y las diversas instalaciones que completan el parque. Me llamó poderosamente la atención la gran cantidad de visitantes extranjeros que se paseaban por el parque, supongo que, al menos en el extranjero está funcionando la Ciudad de las Artes y las Ciencias como el polo para atraer turismo que se pretendía lograr al emprender el descomunal proyecto.

Si alguien disfruta del parque son los niños, que se pasan el día de pared en pared de los acuarios gritando y empujando como posesos (esos momentos en los que uno admira la obra y la vida de Herodes, ese visionario), pero también a los mayores les gustarán los enormes acuarios, especialmente los dos que tienen túneles (el del Caribe y el de los océanos) que nos permiten una experiencia curiosa viendo como los peces nadan por encima de nuestras cabezas. Por supuesto las grandes estrellas son los tiburones, de los que hay varios ejemplares de distintas especies, pero también son espectaculares los grandes y no tan grandes bancos de peces moviéndose a nuestro alrededor como si fuéramos el comandante Cousteau.

El despiporre infantil (y de algunos adultos) llega en el delfinario, con un espectáculo en el que participan más de una docena de delfines y seis domadores. El show está muy cuidado y resulta un poco hortera, como supongo que corresponde a una cosa de estas. Personalmente, a mí esto espectáculos de doma me resultan un poco deprimentes, ver a un animal bello y salvaje (delfines o caballos, que suelen ser los más típicos) haciendo el indio y dando vueltas como una vulgar bailarina de sevillanas me disgusta más que otra cosa, pero sí disfrute de los enormes saltos y de la belleza de unos animales que, aun en el encierro de una piscina, transmiten una hermosa sensación de libertad (me acaba de saltar el alarma anti-cursilería).

En conjunto vale la pena acercarse un día a L’Oceanogràfic aun a pesar de que la entrada no es precisamente barata (21,20 € para los adultos y 16 € para niños y jubilados), aunque les recomendaría dejar pasar el mes de agosto para encontrárselo un poco más tranquilo. Un último consejo, reserven la entrada con anterioridad y se ahorrarán una buena cola en taquilla, pueden hacerlo llamando al 902 100 031.
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